Impreso/Rafael García Tinajero Pérez.

MORELIA Mich., 21 de julio de 2020.-La democracia es una construcción política que puede fortalecerse o bien debilitarse al grado de derrumbarse y desaparecer para dar paso a fórmulas autoritarias.

México vive un régimen democrático que podríamos denominar germinal o naciente, de una edad no mayor que los treinta años. Cuyo nacimiento se da tras un parto prolongado que incluyó movilizaciones, reclamos, conflictos, sufrimiento, dolor y una nada despreciable cuota de sangre.
Muchos de los mexicanos, por la simple razón biológica de su edad, no conocieron el México que a otros nos tocó vivir en nuestra infancia, adolescencia y primera juventud.: el país con un gobierno autoritario, un presidente omnipotente y omnipresente , el del partido hegemónico , aquel en el que el total de los gobernadores y senadores eran del PRI, lo mismo sucedía con casi todos los diputados federales, partido que tenía mayoría calificada en todos los Congresos locales, en el que de los más de 2400 ayuntamientos, sobraban los dedos de una mano para contar los que no eran gobernados por el PRI.
En aquel México las elecciones las organizaba, dirigía y calificaba el propio gobierno, no había siquiera credencial de elector con fotografía , ni un padrón confiable. Votaban hasta los muertos y lo hacían en varias ocasiones en ejercicios que la imaginación popular bautizó como carruseles o ratones locos. No había garantías para la libertad de expresión, ni para el acceso a la información pública , el Banco de México era una dependencia más del gobierno, no había ni INE, ni INEGI, ni órganos reguladores de las telecomunicaciones y la radio y televisión, ni Comisión de Derechos Humanos. Los jueces y magistrados eran nombrados por el Presidente en turno y se plegaban estrictamente a sus designios. La vida política del país giraba en derredor del Presidente de la República, soberano sexenal que escogía a su sucesor y que ejercía lo que se conoció como la presidencia imperial.
Hoy, con todos los defectos que se puedan invocar, vivimos en una sociedad diferente: hay elecciones libres en las que los votos cuentan y se cuentan, , división de poderes, pluralismo equilibrado en los órganos representativos. Ya no hay solo una voz que ordena y manda, existen aunque sea en forma embrionaria una serie de pesos y contrapesos, en cuestión de libertades los márgenes se han ampliado , las elecciones son organizadas por órganos autónomos, ha habido tres alternancias en menos de 20 años en el Ejecutivo Federal, los estados de la República son gobernados por diferentes partidos y coaliciones y los gobernadores coexisten con presidentes municipales emanados en algunos casos de casi una decena de partidos.
Para mal de todos y descontento de gran parte de la población con la democracia , está no ha sido hasta hoy un elemento que haga crecer la economía, disminuya las desigualdades y ponga coto a fenómenos como la corrupción, impunidad y violencia criminal, de allí que millones de mexicanos no solamente se encuentren desencantados con la democracia sino que se manifiesten incluso un estado de ánimo adverso a ésta.
Quizás , una de las pocas cosas que hemos hecho bien los que pertenecemos a esta generación es construir esa incipiente democracia, en otras cosas no hemos avanzado, pero una condición sine qua non para hacerlo es precisamente la conservación y fortalecimiento de esta . En doscientos años de vida independiente, solo en una décima parte de estos tenemos la certeza de que atrás de cada uno de los casi veinte mil cargos de elección popular hay un proceso de designación democrático con garantía de respeto al voto universal, libre y secreto. Lo de antes era la designación mediante la fuerza de las armas o elecciones rituales en donde todo mundo sabía de antemano quién ganaría.
Después de la elección de 1988, México creó un organismo especializado para organizar elecciones, que fue el Instituto Federal Electoral (IFE), en 1994 se incluyó a los consejeros ciudadanos, quienes condujeron bien la votación de ese año convulso. Para 1996 se separó del todo al gobierno de la materia electoral y el IFE ganó su autonomía plena: eso permitió que el presidente perdiera por primera vez el control de la Cámara de Diputados en 1997, y la primera alternancia en la presidencia en el 2000, así como un largo conjunto de novedades democráticas. Sustraer al gobierno de la organización electoral fue condición del respeto al voto libre y secreto.
El INE condensa el pacto político más importante que se logró construir en las últimas décadas para disputar el poder de manera institucional y pacífica. Virtuosamente, el gran consenso que se fraguó después de 1988 es que se necesitaba crear una institución especializada en materia electoral que diera garantías a los contendientes de la limpieza de cada proceso. El INE es esa institución necesaria para permitir la disputa civilizada por el poder en México. y su órgano de conducción y decisión es un Consejo General. En momentos de encono, de incertidumbre política, el nombramiento de consejeros que cuentan con la confianza de los distintos actores políticos le ha dado oxígeno a la disputa política. Así ocurrió con los consejeros ciudadanos en el IFE del 96, el primero plenamente autónomo, que encabezó José Woldenberg. Hubo una ruptura en el consenso en 2003, que presagió una falta de credibilidad de la autoridad electoral que vimos manifiesta en la complicada elección de 2006. Después se han ido dando renovaciones con el consenso de las fuerzas políticas de manera virtuosa . Así ocurrió en 2014, cuando se nombró a la primera generación de consejeros del INE. En 2017 hubo una renovación de tres consejeros que no generó mayor controversia, porque la conformación de la Cámara de Diputados obligaba al consenso, entonces se sabía que no iba a haber una imposición unilateral, y fue un proceso de designación por consenso que nadie descalificó.
Sin embargo, la elección de 2018 y la particular integración de la Cámara de Diputados, los antecedentes de nombramientos en otras instituciones constitucionalmente autónomas –en particular la Comisión de los Derechos Humanos–, aunados a un discurso muy agresivo contra los institutos autónomos y en particular contra el INE, generan una alerta. En particular son de tomarse en cuenta dos declaraciones de AMLO en sus conferencias mañaneras : al conformación de un grupo opositor antagónico a su gobierno, al que atribuyó conspirar contra el mismo , el llamado BOA en el que incluyó a los Consejeros del INE y el haber expresado abiertamente su decisión de convertirse, contra lo que marca la ley, en garante de la elección del 2021. A lo anterior debemos sumar sus reiteradas declaraciones en el sentido de calificar al INE como un órgano inútil y oneroso.
Estas declaraciones han generado en la Cámara de diputados un ánimo anti consenso en aproximadamente sesenta integrantes de la bancada de MORENA y la exigencia a su coordinación de echar abajo un proceso de consenso difícil pero con resultados ejemplares para, aprovechando su mayoría indiscutible, nombrar a cuatro consejeros totalmente afines al gobierno actual los cuáles serían una Correa de transmisión entre INE, gobierno y MORENA.
Si lo anterior sucediera se estaría dando al traste con la autonomía del INE y contra la renovación del pacto político por excelencia de la transición y democratización de México.
Ojalá prevalezca la altura de miras que muestran personajes como Porfirio Muñoz Ledo y Mario Delgado y se haga un nombramiento en código democrático, es decir, sin avasallar a las oposiciones. Desde 1996, cuando se nombró al histórico consejo del IFE que encabezó Woldeberg, quedó claro que las designaciones por consenso fortalecen la vida democrática y que el mayoriteo incluso acaba por revertirse contra la credibilidad de quienes usan la aplanadora.
No hay que olvidar que, entre otras cosas , no se podría explicar el arribo de AMLO a la Presidencia de la República sin la existencia de un INE autónomo e imparcial.